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Candidato a caos reptante, con experiencia mínima liándola. Aprendiz de una de las revoluciones económicas más gloriosas, la marginal. Gente de buen parecer que intenta poner a lo cuantitativo en su sitio, bien glorioso y muy importante para todo lo que nos rodea.

lunes, 22 de agosto de 2011

El (nimio) coste de dar las gracias

Solemos decir que "no cuesta nada dar las gracias" . Si bien puede ser una apreciación intuitiva y plausible dada el escasísimo coste energético de pronunciar una o un puñado de palabras o teclear un puñado de letras, con ayuda del área de Broca y de Wernicke y una serie de conexiones neuronales intermitentes en diversas zonas, en realidad es totalmente errónea.

Imaginemos, verbigracia, que una empresa sortea un enser valorado en veinte euros y entran 983 participantes, cuyas aportaciones superan por mucho el coste de ese objeto (a 20 céntimos el SMS, serían 196,6 euros, casi diez veces más su valor). Aunque un sorteo se puede complicar de muchas maneras, llegando a costes indirectos como la incidencia en publicidad que puede tener esto.

Dado que la probabilidad de que te toque en ese caso es inferior al 0,25%, si te toca lo intuitivo es decir: "¡qué suerte!". Y si nos ponemos, hasta opacar esto atribuyéndonos méritos bañándose en las porcelosas aguas de la ilusión del control y demás sesgos.

Y en ese punto, tu conjunto de valores culturales y prejuicios, como aquel de "no cuesta nada", te puede impulsar a dar las gracias si eres el afortunado ganador, aunque te haya tocado ese producto por ser el resultado de un proceso aleatorio como le podía haber tocado a otro y la empresa no te deba nada: era promoción.

Has dado las gracias, pues bien. Veamos el coste de un "Muchas gracias por el premio ;-)" o algo más largo, como especificando el objeto que se ganó en aleatoria lid.

En primer lugar, está el desgaste. Absolutamente todo en este mundo se desgasta y se degrada con su uso. Véase las millones de pulsaciones que puede soportar una determinada tecla en función de cómo esté construida y los materiales que utilice: por lo general, puede soportar más de un millón de pulsaciones. Dar las gracias innecesariamente contribuye a tal desgaste, aunque su porcentaje sea casi infinitesimal.

Y si hablamos de otros medios, pues eso: consumo de calorías andando a la sede de tal empresa o cogiendo el teléfono para agradecer. A eso súmale el tener que mover los músculos de la boca y activar esas cuerdas vocales. ¡Qué esfuerzo más nimio!

Sigamos, suponiendo que el que da las gracias haya desgastado algo más su teclado (y, de paso, su ordenador). Cuando envía este mensaje, está poniendo unos bytes de más en la base de datos de Facebook u otra red social. Y si es email, pues lo mismo: sin un servidor web físico, no hay servicios web operativos ni datos que almacenar.

Aunque su mensaje ocupe poquísimo espacio y se justifique con un intuitivo "pero si no es nada...", sigue gastando espacio y haciendo una petición HTTP, añadiendo algo más de carga al servidor (recuerden que absolutamente todos tienen un límite máximo de peticiones que pueden soportar).

Oh, ni hablemos del consumo eléctrico necesario para que esa comunicación instantánea sea fructífera: para empezar, el centro de datos de Facebook, Gmail o lo que sea debe estar activo en su mayoría durante ese tiempo. Y para seguir, tu ordenador debe estar encendido por lo menos varios minutos (contando con el tiempo de arranque del sistema operativo).

La lógica es, en parte, una forma de hacer más eficientes nuestras conductas, indicando cuál es la mejor y más eficiente conducta para nosotros. En este caso, no parece estar muy encaminada, pero tampoco se hace mucho escándalo. El nimio esfuerzo no lo justifica.

Sería una chorrada agradecer por un sorteo, pero como vemos, éste es un brillante ejemplo de por qué el ser humano jamás será cien por cien eficiente en sus esfuerzos y totalmente entregado a sus quehaceres: además de la configuración bioquímica y sus límites físicos, se le aparecen influencias socioculturales como parte de algo más amplio, el ambiente. Y se trata de agradar a tus emociones y razón, interrelacionadas y trabajando juntas como diría Antonio Damasio en El Error de Descartes.

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